Por Claudio Andrade
Las ideas de progreso y desarrollo no son buenas palabras para todos. Por extraño que suene, existen grupos que están completamente en contra de esta de por sí difícil meta de la civilización occidental.
Algunos los llaman “primitivistas”, básicamente se trata de tribus que forman parte de la “deep ecology”, grupos dispuestos a enfrentar el crecimiento económico, poblaciones y tecnológico en todas sus formas y en todos sus frentes.
El último libro del polémico escritor Michel Houellebecq, “Aniquilación”, denuncia en parte cómo este tipo movimientos va ganando espacio y poder en la sociedad actual. Justamente algunos de ellos no dudan en utilizar la misma industria tecnológica que desprecian para atacar el avance tecnológico.
Así estamos.
“Algunos ideólogos de la deep ecology preconizan la extensión de la humanidad porque piensan que la es especie humana es definitivamente irrecuperable y peligrosa para la supervivencia del planeta”, dice uno de los personajes de Houellebecq.
El escritor francés recuerda también en su obra el llamado al retroceso y a la violencia de Theodore Kaczynski también conocido como “Unabomber”. Kaczynski fue el matemático que atentó contra vidas humanas utilizando cartas bombas enviadas desde su cabaña en Montana.
“Por eso nosotros abogamos por una revolución contra el sistema industrial. Esta revolución puede o no usar la violencia: puede ser súbita o puede ser un proceso relativamente gradual abarcando pocas décadas. No podemos predecir nada de eso. Pero sí delineamos de una forma general las medidas que aquellos que odian el sistema industrial deberían tomar para preparar el camino para una revolución contra esta forma de sociedad. No debe ser una revolución POLíTICA. Su objeto no será derribar gobiernos, sino las bases económicas y tecnológicas de la sociedad actual”, dice su manifiesto “La Sociedad Industrial y su Futuro”.

Desde hace unos meses asistimos también a los ataques a preciadas obras de arte firmado por activistas del movimiento “Joust Stop Oil”, quienes reclaman el fin de la explotación de petróleo y gas sin importas las consecuencias. Su recurso es destruir obras de arte invaluables como una forma de llamar la atención sobre su exigencia.
En Magallanes no estamos ajenos a estas formas extremas de observar la realidad. ONGs como Greenpeace y Oceana han puestos sus ojos en el sur y así establecieron una agenda de actividades.
Asociados de un modo u otro con marcas poderosas como Patagonia Inc. (que tiene su propia agenda comercial, por cierto), estos grupos apuntan a una visión radicalizada que claramente no contempla a la población.
Del “Magallanes, Magallanes”, de Bernardo Ohiggins a la visión de Greenpeace respecto de que Magallanes y toda la Patagonia deben convertirse en un parque nacional donde los seres humanos sobran.
Las denuncias contra la salmonicultura de Greenpeace (una obsesión para la ONG) en el fondo ofrecen matices que hacen entender que el verdadero contaminador al que señalan y bajo tela de juicio es el poblador de la región.
Porque mientras la historia del país recuerda que los chilenos fueron llamados a poblar y crecer en la Patagonia, esta ONG, entre otras, pretende su despoblamiento. Otra visión al estilo Matrix donde el ser humano es considerdo un virus.