Por Claudio Andrade

La posverdad también aplica a la llamada causa verde.

Uno de los hechos más soslayados por los medios desde hace más de una década son las hipérboles, las mentiras y precisamente las operaciones mediáticas que disparan numerosas ONGs ecologistas propietarias de discursos fanáticos.

Si el ecologismo extremo ha sido definido como una reformulación del marxismo, teléfono inteligente en mano, también se podría agregar que en él encontramos una forma de nihilismo y un nada vedado anti humanismo contemporáneo.

En definitiva, para esta corriente de pensamiento lo que está de sobra en la Tierra es el ser humano a secas quien se encuentra “obligado” a dejarle espacio al pasto, los guanacos y los delfines con el propósito de que puedan volver a un muy teórico hábitat natural. Desde una perspectiva semejante la humanidad es un estorbo con excepción de los ecologista, claro.

Lo cierto es que la realidad es contra intuitiva. Este es el problema de utilizar el “sentido común” como herramienta de reflexión. Nunca el planeta tuvo tantos habitantes, también es cierto que gracias a las nuevas tecnologías nunca hubo tanto alimento disponible. Un hecho que bien ratifica en su serie de libros el historiador Yuval Noah Harari.

El ecologismo extremo quiere hacernos creer que la única solución posible para los problemas de la sociedad es reducir su población y concentrarla hasta que quede confinada a ciertos rincones. El resto sería territorio salvaje. Grandes extensiones de naturaleza sin mancha, si entendemos a las personas como un germen o un virus contaminante.

Basta observar lo que multimillonarios como Kristine Tompkins y Yvon Chouinard (dueño de Patagonia) vienen haciendo y diciendo desde hace un rato en Chile y la Argentina para comprender el sentido de este peligroso proyecto ¿personal?. Se trata de un discurso etnocentrista que desean imponer por sobre la independencia de los Estados.

En esta verdadera guerra las ONGs incursionan en la hipérbole, la exageración, la actuación teatral (que incluye llantos sentidos de actores clave) y hasta la mentira vulgar, lisa y llana.

La Patagonia chileno/argentina es objeto de una feroz campaña donde herramientas comunicacionales, que ya conocía el fascismo alemán, son utilizadas en gran número. No es barato hacerlo, pero para ello cuentan con la colaboración de grandes compañías que tienen sus propias agendas culturales y económicas sobre nuestra región del mundo.

En el último viaje del velero Witness de Greenpeace por los fiordos de Magallanes, sus tripulantes captaron restos plásticos que fueron adjudicados sin más a la salmonicultura. Obviando la cantidad de embarcaciones que los cruzan y la gran actividad artesanal e industrial que allí se desarrolla.

Las imágenes captadas con residuos fueron pocas aunque esto no los desanimó a exhibirlas miles de veces en las redes para subrayar su línea de pensamiento.

Sus cámaras también captaron las estructuras de los centros de producción donde la audiencia podía ver que se trataba de espacios bien cuidados y que ofrecían un mínimo impacto en la naturaleza.

Pero la ONG volvió una y otra vez sobre una boya, residuos y poco más, a fin de graficar que los fiordos estaban contaminados por completo. Un hecho falso por donde se lo analice.

Las ONGs extremistas también han advertido que la salmonicultura podría eventualmente alejar el turismo. De hecho en Tierra del Fuego (lado argentino) ese fue uno de los argumentos para prohibir la actividad.

Una vez más se obvian datos. La salmonicultura en Magallanes ocupa un microscópico espacio de la superficie total de Magallanes – 2000 hectáreas sobre 132.291 k2)– y en él es capaz de generar 7000 puestos de trabajo y USD 650 millones en exportaciones.

Por lo demás, las últimas estadísticas indican que el turismo en la región vuelve a florecer después de la pandemia.

Las campañas muestran imágenes de salmones heridos y maltratados que no se condice con la vida que realmente estos llevan en los centros de producción. La información va contra toda lógica comercial. Si el producto está tan dañado ¿cómo es que se lo considera un alimento premiun y es consumido por atletas de elite? En la ecuación apocalíptica algo no funciona.

No es un secreto que las sociedades más exigentes, de mayor poder adquisitivo, y los principales deportistas del mundo consumen salmón. Algún motivo poderoso deben tener para hacerlo.

Las mentiras tienen patas cortas, indica el dicho. Aun así deben ser expuestas. Detrás de esta posverdad que asegura lo irreal y se retuerce sobre datos falsos, existen intereses que superan la militancia.

Una nueva ley, que impulsa el diputado por Aysén, Miguel Angel Calisto, podría salir en breve desde el Congreso, la cual permitirá saber el origen de los fondos que apuntalan a las ONGs y sus campañas de posverdad o mentiras.

El diputado asegura que cuando se conozca el origen de los financiamientos nos llevaremos varias sorpresas.