Por Claudio Andrade

No pocas mentiras en la actualidad se enmascaran de verdades solemnes, necesarias y de corte ecologista.

Allá por el año 1999 una banda de presuntos especialistas inundó los medios de la época con anuncios apocalípticos en los que se advertía que con el cambio de siglo se vendría abajo todo el sistema informático del mundo y, como consecuencia, se caerían las principales economías planetarias.

Nada ocurrió.

Pero la idea de mentir apelando a la seguridad y a los valores de auto preservación prendió como pólvora.

Magallanes asiste a una nueva guerra de discursos bestiales que pretenden hacer creer al resto de la humanidad que la Patagonia está en peligro, que es básicamente un basural y que el problema de todo esto, la real amenaza de destrucción para su ecosistema, son las personas que lo habitan, los sureños, y las empresas que implican desarrollos tecnológicos en un marco geográfico idílico.

No es casual que los profetas del ocaso se olviden del mencionar a países como Noruega, Finlandia, Suecia o Islandia donde tecnología y cuidado de naturaleza van de la mano.

Los flamantes talibanes verdes (o muy presuntamente verdes porque su agenda parece ser otra) disponen de enormes recursos con tal de expulsar a las familias que viven entre Aysén y Magallanes, así como a toda actividad productiva, con tal de regresar a la región a tiempos ancestrales.

No es casualidad que en su discurso ONGs como Greenpeace, Oceana, y organizaciones como National Geographic Pristine Seas, se muestren nostálgicos por una pre historia que se remonta a 6000 años atrás.

Muy propio de la lectura talibán que añora una sociedad y una cultura que tuvieron su momento en el medioevo.

Cómo sus recursos financieros son amplios (la factura la pagan empresas extranjeras con especial interés en el sur chileno) y su agenda política y social extensa, estas voces invaden medios de prestigio, blogs, cuentas de Instagram y X y suman firmas de estrellas del rock como Eddie Vedder el líder de Pesr Jam, entre otros.

En su mirada y en su denuncian no dudan en sesgar la información hasta tal grado que terminan ofreciendo un menú de mentiras.

Greenpeace ha intentado por diversos medios hacerle creer a la población del resto de Chile que Magallanes es básicamente un basural y que la carne de salmón es veneno.

Lo cierto es que la región es prístina y cada año más de 400 mil turistas, la mayoría extranjeros, lo comprueban por sus propios ojos, mientras que el salmón de Magallanes es considerado como uno de los mejores y más saludables del mundo.

Una reciente columna de Alex Muñoz Wilson, director National Geographic Pristine Seas para América Latina, en El País de España, ofrece un panorama oscuro respecto del sector salmonicultor en Magallanes.

Apurando datos recortados de la realidad su discurso se vuelve falso.

Habrá que recordarlo muchas veces para poder contrarrestar esta nueva forma de la mentira.

La industria salmonera en la región exhibe los más altos estándares de calidad para generar una proteína que se vende a países con las más altas exigencias como son Estados Unidos y Japón quienes figuran entre los principales compradores del salmón chileno.

Tal como lo indican los últimos informes del Consejo del Salmón la exportación ha crecido en valor y comienza a elevarse en el marco de recuperación de las economías internacionales después de la pandemia y aún bajo efectos de la guerra entre Rusia y Ucrania.

No alcanza con ser un turista de la realidad para entender de qué positiva manera la salmonicultura y la actividad industrial en general han influido de manera decisiva para que Magallanes se convierta en una de las regiones de mayor proyección del país y generadora de una nueva clase media que hace apenas 20 años no existía.

Quienes hemos nacido en la región, con parientes fundacionales de localidades como Puerto Natales y Punta Arenas sabemos que hubo tiempos verdaderamente oscuros, silenciosos, tristes y sin expectativas.

No son estos. No importa cuantas mentiras se digan.